NOCHE DE TERROR EN GAZA
BBC News Mundo 20 octubre 2024
El Ministerio de Salud de Gaza, dirigido por el gobierno de Hamás, afirmó que al menos 87 personas murieron y más de 40 resultaron heridas en un ataque israelí contra una zona residencial de Beit Lahia, en el norte de Gaza.
El cielo sobre Gaza era una enorme tela negra, rasgada por el rugido de los aviones de combate. Desde la distancia, apenas se distinguían los oscuros perfiles de los F-16, pero su presencia se hacía evidente por el sonido atronador, como si el cielo mismo gimiera bajo su peso.
Eran las tres de la madrugada cuando el primer estallido hizo vibrar la tierra.
Una luz cegadora iluminó las estrechas calles de Beit Lahia, una ciudad del norte de Gaza, arrancando gritos de terror de los hogares que se habían librado de los bombardeos. Un edificio de cinco plantas se desmoronó en cuestión de segundos, como un castillo de arena arrastrado por la marea. Polvo, humo, fragmentos de cemento y cristales rotos invadieron el aire, mientras los gritos de auxilio resonaban en medio del caos.
El aire era irrespirable, lleno de cenizas y escombros que caían como lluvia. En cada rincón, el miedo cobraba vida. Las familias corrían hacia los refugios improvisados, pero sabían que no había refugio seguro bajo un cielo que escupía fuego.
Dentro de una casa a medio derruir, Amani, una joven de veintitrés años, estaba acurrucada en un rincón oscuro, junto al cadáver de su madre, Nora, y cerca del de su hermano mayor, Ibrahim, cubierto por el derrumbe. Sentía el temblor de los muros a su alrededor, y el polvo de la reciente explosión cubría su piel, haciendo que cada inspiración fuera un esfuerzo doloroso. Fuera, el ulular de las sirenas de emergencia se mezclaba con el rugido de los cazas, y en sus oídos retumbaban los gritos de los vecinos, gente a la que conocía de toda la vida. "¡Ayuda! ¡Saquen a los niños! ¡Aquí hay heridos!". Pero nadie podía acercarse. Las calles eran ríos de piedras y fuego.
Entonces, una luz verde atravesó el cielo, rápida, como una flecha luminosa. Desde el otro lado, las baterías de cohetes palestinos disparaban en respuesta, tratando de devolver algo del daño infligido. Pero sus disparos parecían insignificantes, una resistencia desesperada frente al poder abrumador que los asfixiaba desde arriba. Uno de esos cohetes se desvió y estalló en mitad de una calle vacía. Amani temía que la siguiente bomba cayera sobre su derruida casa. Cerró los ojos. El estruendo de una nueva explosión sacudió las paredes, y sintió el techo crujir. Se aferró al cuerpo de su madre, tratando de desaparecer en sus brazos, de convertirse en nada. Pero tuvo que soltarla y retroceder al advertir que parte del techo se desplomaba sobre ella. El miedo la paralizó. En su mente, solo había una idea: "¿Cuándo caerá la bomba que me quitará la vida?".
El amanecer llegó, pero no trajo consuelo. Solo un silencio roto por los lamentos de los que buscaban entre los escombros. La ciudad era un cementerio al aire libre. Donde antes se alzaban edificios, solo quedaban montones de cascotes y acero retorcido. Donde antes había vida, ahora solo había muerte y miedo.
El mundo fuera de Gaza se despertaba, quizá indiferente, quizá horrorizado. Pero en las calles destruidas de la ciudad, la gente no pensaba en nada más allá del siguiente día. O de la siguiente noche. Porque sabían que el silencio no duraría mucho tiempo. Sabían que los aviones volverían. Y con ellos, la lluvia de fuego.
Pedro García Martos
Dibujo: Teresa Chacón

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